...De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse... (Hechos de los apóstoles 2, 2-3).
La Fiesta de Pentecostés conmemora la llegada del Espíritu Santo a los discípulos de Jesús, después de la Ascensión. Y, tal como lo prometió, el Maestro no les dejó solos. La promesa del Señor se cumple y la Iglesia comienza a caminar con pujanza gracias al influjo del Espíritu. Los apóstoles, hombres sencillos, pescadores del lago, se convierten en doctores de la fe y predicadores de la Palabra. Ese es el gran milagro de Pentecostés. El Espíritu Santo continúa acompañando a la Iglesia en su, siempre, muy difícil andadura. Pero ahí está...recordando que el amor es camino y meta para salvar al mundo.